Como todos sabemos, en el mes de noviembre celebramos el tan esperado Día de Acción de Gracias; el popularmente conocido “día del pavo”. Este día da comienzo oficial a las fiestas navideñas. Es el día en el que nos sentamos a la mesa, con familiares y amistades, y compartimos una cena cuyo personaje principal es el “Pavo”.
Recuerdo cuando era niña y mi mamá se levantaba a poner el pavo en el horno. Uno se levantaba con el olor por toda la casa. También recuerdo que la familia se reunía y comíamos hasta “más no poder”. Luego estábamos comiendo pavo el resto de la semana.
En la escuela me enseñaron cuándo, cómo y por qué llegaron los peregrinos a Norte América, pero no recuerdo que me enseñaran cómo llegó esa tradición a Puerto Rico. Aunque no es difícil suponerlo. Tras la ocupación estadounidense en 1917, esa celebración fue incorporada a las nuestras, pero con un toque al estilo puertorriqueño. Al pavo asado lo convertimos en una delicia con nuestro adobo a base de ajo, sal, pimienta y orégano (entre otras especias). El relleno propuesto por el menú original, era muy aburrido para nosotros, así que aquí lo preparamos con mofongo de plátano o yuca, con picadillo de res, con longaniza, etc... Las verduras las cambiamos por arroz con gandules y ensalada de papa, batata horneada o amarillitos en almíbar. De postre, convertimos el tradicional pie de calabaza en un exquisito flan de calabaza. En fin, hicimos lo que nos dio la gana con el pavo y lo que no es pavo.
De allá o de acá, lo importante es que el famoso “día del pavo” es un día para compartir en familia. El que cocina se deleita viendo a los que comen saborearse cada bocado… los que comen dan gracias por tener al que cocina para poder disfrutar de esa cena. Y sí, en algún momento alguien recuerda cuál es el verdadero origen de la tradición y todos dan gracias a Dios por los bienes alcanzados durante el año que casi termina.
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