Cenar juntos alrededor de la
mesa es una hermosa tradición que poco a poco, por el tren de vida que
llevamos, se está perdiendo. Recuerdo que desde pequeña por lo menos una de las
comidas diarias la hacíamos juntos en familia. Ya fuera en casa de mis padres
o en casa de mis abuelos u otro familiar, era muy gratificante sentarse en ese
momento de tomar los alimentos para recordar viejos tiempo, contar anécdotas o
simplemente compartir con el resto de la familia cómo nos fue durante en día.
Es triste ver que ya muchos no
practican esta costumbre, a veces por falta de tiempo o simplemente por falta
de interés. Considero que la tradición de sentarnos a la mesa con nuestros
hijos es uno de los legados más importantes que podemos dejarles para el resto
de sus vidas. Poderles satisfacer sus antojitos de vez en cuando y ver sus
caras de satisfacción diciendo: ¡Gracias Mamá! no tiene precio. Esos son los
recuerdos, que aunque creamos que no, nuestros hijos vivirán toda la vida con
ellos. Ellos tratarán de alguna u otra forma, ya de adultos, proseguir con la
tradición.
No dejemos que el desánimo, la
dejadez y la falta de tiempo se apoderen de nuestra mesa. Hagamos un espacio en
nuestra agitada rutina para compartir en familia el desayuno, el almuerzo o la
cena.
¿Qué tal si retomamos esta
tradición aunque sea un solo día en la semana? En poco tiempo, verán que sus
hijos se acostumbrarán y muchos de ellos (como los míos) exigirán ese preciado momento de estar todos
juntos en la mesa. Parece una tontería, pero estos pequeños detalles ayudan en
la formación de nuestros chicos.
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